La fábrica de fundición


A Daniel Garrido Castromán
In memoriam

La Fábrica de Fundición y Talleres de Carril tiene una larga historia, estudiada ya por María del Carmen Vázquez Vaamonde en su libro “Sargadelos-Carril-Santiago”, aunque centrándose en la etapa en la que estuvo en manos de las sociedades compostelanas “Riva y Compañía” y “Luis de la Riva y Compañía”. A partir de 1877 entrarán los ingleses en la propiedad de la fábrica y su explotación. Será en este último tercio de siglo cuando, además de los conocidos potes de hierro, realice obras importantes como máquinas de vapor para embarcaciones o el Mercado de Pontevedra. 


En documentos de la época, el edificio de la Fábrica de Fundición se describe como “un paralelogramo irregular de tres mil seiscientos catorce metros cuadrados. La fachada del este dice a la carretera que viene de Villagarcía, su extensión cincuenta y dos metros treinta centímetros. La del sur sobre el camino de la fuente, alcanza a sesenta y seis metros sesenta y cinco centímetros. Y la del oeste mide cuarenta y seis metros sesenta centímetros, linda con un terreno inculto y el camino de tránsito desde la fuente al pueblo, a orilla de la rivera mar; al norte con el terreno de don Manuel Franco y al sur con el camino de la fuente.” El interior del edificio aparece compuesto de “oficinas y dependencias, contaba con máquina de vapor de alta presión, con acumulador, calderas y demás” y en su interior se encontraba la fragua y los efectos propios de toda fundición: “limas, ladrillos, arena, hierro para metralla, hierro forjado, carbón vegetal, pinos, cok,…”. La fábrica llegó a contar con un barco para el propio servicio, el bergantín denominado “Empresa. 

Es en el año 1877 cuando las empresas compostelanas “Riva y Compañía” y “Luis Riva y Compañía”, dueñas una del terreno y otra de la explotación de la fundición, se deshacen de la Fábrica de Carril. El balance económico en este momento no puede ser más desastroso y, por pago de las deudas acumuladas, ambas sociedades caerán en manos de Hannah Rowbinson y Cooper, viuda del que fuera concesionario de la vía del ferrocarril, George Mould. Una vez que adquiere las participaciones que tenían el Cabildo de la Catedral de Santiago, José María Muñiz, José Torres Arias y Santiago y Luis de la Riva, Hannah Rowbinson se hará con la mayor parte de la Sociedad. La totalidad de la compañía la obtendrá cuando adquiera la parte que, también por cobro de deudas, recayera en la herencia del comerciante carrileño José Benito de Abalo. 

Desde el año 1878 hasta 1882, la Fábrica pertenecerá por entero a la viuda de George Mould, quién nombra como gerente a Camilo José Zurbano e Idígoras, natural de Madrid y con residencia en ese momento, año 1878, en Iria Flavia. Las gestiones de Camilo Zurbano para sacar adelante la Fábrica de Fundición no evitan que las deudas se acumulen y las protestas por falta de pago de giros, letras y pagarés se amontonen. La crisis de la empresa se agudiza una vez que fallece Hannah Rowbinson el 2 de febrero de 1879. Tres años más tarde, en pago del préstamo concedido por el inglés Philip Edward Sewell, este, a través de su hijo John Wrigth Sewell Woods, se incauta de la fábrica hipotecada. El 17 de enero de 1882, Francisco Soto Fernández, Administrador de la Fábrica, la entrega a John Wrigth Sewell.


Viviendo Sewell en Londres, la fábrica de Carril le cae un tanto lejos para gestionarla directamente. Decide arrendarla y, sorprendentemente, “en consideración a la Sra. Janet, sobrina y heredera de la Sra. Hannah, anterior propietaria, y atendiendo al afecto que a esta profesaba, acordó preferirla en el arrendamiento por un período de tres años, con renta anual de dos mil quinientas pesetas”, con la condición de que “no podrá dar participación a su marido en los productos de la empresa”. 

Es esta una operación de difícil comprensión y en principio sólo cabe explicarla por la fuerte endogamia que los empresarios ingleses sostenían en sus negocios. Conociendo a los intervinientes, tenemos que un empresario inglés, Sewell, se incauta de la fábrica hipotecada al no poder hacer frente al pago de un préstamo su propietaria, Hannah Rowbinson. Esta en su testamento nombra heredera a su sobrina, Janet Blyth Rowbinson, que a su vez estaba casada con su hijo, su primo John Stephenson Mould, que aparece descartado por su propia madre como heredero. Quizá en la gestión de John S. Mould durante los años que median desde la muerte de su madre y la incautación de la Fundición por parte de Sewell esté la explicación de lo que no es más que una profunda desconfianza de los nuevos propietarios hacia quién, por otra parte, empezaba a gestionar la fundición y minas de estaño en Lalín.  

Sea como fuere, en el contrato de arrendamiento de la fábrica, Sewell pone como condición que el marido de la ocupante, Janet Blyth, permanezca apartado de la gestión de la Fundición. Además, como última condición, Sewell hace constar que el nombre del establecimiento arrendado en los anuncios, contratos y correspondencia será siempre el de “Talleres y Fábrica de Fundición de Carril.

Janet Blyth se instala en Carril y alquila una casa en el Barrio de San Andrés. El alquiler de la vivienda, compuesta de planta baja, piso principal y buhardilla, lo hace Manuel Pérez Sisay, médico cirujano de Carril, quién recibe como renta la cantidad de seis reales diarios. Una de las primeras gestiones que realiza Janet Blyth es el nombramiento de un gerente-director, cargo que recaerá, el seis de abril de 1883, en Ramón Mantilla Gutiérrez. Este nuevo director figurará al frente de la fábrica tan sólo un año ya que, en Febrero de 1884, cesará aunque vaya a mantener la condición de empleado. En ese año, Sewell recupera la fábrica y su gestión la arrienda de nuevo a una sociedad donde figuran como socios su propio hijo, John Wrigth Sewell, y George William Halpin. Esta sociedad, denominada “Halpin y Compañía”, si le dará un nuevo impulso a la factoría. 

En la etapa en que George William Halpin está al frente de la Fundición se realizan importantes obras, como la del Mercado de Pontevedra o la máquina de vapor del buque “Dolores”, propiedad de Juan Vilaret, contratada por un precio de tres mil doscientas cincuenta pesetas en el año 1885. También se procura la consolidación de las ventas a través de acuerdos como el convenio que en ese mismo año firma con Antonio Alemparte Fernández, dueño de la segunda fábrica de fundición de Carril. 

Este convenio entre las dos empresas carrileñas nace con el propósito de “protegerse recíprocamente los trabajos industriales en que se ocupan… perfeccionarlos en lo posible y elevarles el crédito a que aspiran”. El objetivo es “fabricar por mitad en sus establecimientos poniéndose de acuerdo en cuanto al número y clase de los potes, potas y fiolleras que calculen necesarios con el fin de tener disponibles para la venta un buen surtido”. Ambas empresas se comprometen a tener un punto común de venta, gestionado por persona de confianza de ambas, y a que “ninguna de las partes podrá vender a terceros potes, potas y fiolleras y cuantos se fabriquen en cada uno de los establecimientos .

Sin que sepamos por qué, la Sociedad Halpin y Compañía se disuelve en el año 1886 y para la gestión de la fundición J. Wrigth Sewell se asocia con el ingeniero civil, oriundo de Liverpool, vecino de Portugalete y trasladado a Carril en ese mismo año, Jacobo Forrest. En esta etapa, que llega hasta el final del siglo XIX, se vuelve a firmar, el seis de Julio de 1888, otro Convenio con Antonio Alemparte, similar al anterior, pero donde se especifican los precios de la mercancía fabricada y la condición de que, independientemente del establecimiento, los productos fabricados “llevarán sello o marca indicante de su procedencia en que se diga y lea perfectamente: Carril”. Nacía la marca del producto local como distintivo de calidad y aun hoy, en anticuarios y tiendas de viejo, se pueden encontrar viejos potes de tres patas donde, como certificado de antigüedad, lleva el distintivo CARRIL. 

De esta última etapa conviene destacar que la Fundición era capaz de abordar obras de envergadura, más allá de los famosos potes o utensilios de labranza. Las obras se hicieron a lo largo de la geografía gallega, y española, y sería del mayor interés contar con un catálogo de todas ellas. Para el caso que nos ocupa, la referencia la sacamos del encargo que J. Wrigth Sewell, el 21 de septiembre de 1888, hace a Baldomero Corral Viñas, encargado de la Fábrica, para, en breves días, “arreglar en La Coruña cuanto concierne al Puente que allí se monta por cuenta de la Fábrica con destino al Lazareto concedido también a dicha Ciudad”.  

Posteriormente John Wrigth Sewell se hará con la propiedad de la Fábrica adquiriéndosela a su padre. Se entra ya en una nueva etapa de esta importante Empresa, etapa de momento desconocida, pero que confirma sin duda el papel de nuestra localidad en dos aspectos importantes de la historia de Galicia y de España: la industrialización del siglo XIX y el papel que en ella jugaron los ingleses.




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