“la
Barcelona chiquita de Galicia es Carril. En este rinconcito de la ría
arosana hay hombres: hombres que sufren todos los calvarios, todos
los apaleamientos, todas las torturas y, aún llenos de cardenales,
sangrando, como sangraba el Jesús de la leyenda cuando le colocaron
la corona de espinas, saben gritar: ¡Viva la Confederación Nacional
del Trabajo!”.
…los
marineros de Carril, estos héroes de esta jornada sangrienta,
trabajan los unos en los buques, los otros en los viveros, confiados
en establecer puestos de venta en las grandes capitales, cuyo
producto será enviado por grupos que trabajarán colectivamente para
acabar con el intermediario que se lleva la mayor parte de la
ganancia”.
Nosotros
hablamos con los atropellados, con los que tienen sobre sus espaldas
los cardenales dados por los cosacos. Uno de ellos, el compañero
Manuel Araujo, nos relataba lleno de indignación como le trataran.
Para los apaleamientos se sirvieron de los calabozos del Ayuntamiento
de Villagarcía. Bofetones, patadas y ensañamiento con las porras. Y
como Araujo era duro, uno de los cosacos gritaba: No lloras, cabrón,
hijo de puta…
Casaritos puede estar satisfecho de sus discípulos,
de estos nuevos arcángeles del casco. Lo mismo habrá de suceder al
ex gobernador de Pontevedra, al ciudadano Insua, bajo cuyo mando
pasaron las hordas de los cosacos,… Hay otro atropellado. Jesús
Berride a quién para mayor ensañamiento, hicieron quitar la ropa y,
desnudo como si fuese un mártir de un nuevo Gólgota, apalearon
cobardemente. Pero no pararon ahí: hasta una infeliz anciana, una
mujer de ochenta y seis años, llamada Juana Búa, fue víctima de
las iras de los cosacos (…) Que aprieten. Que martiricen. Que
fusilen. Que asesinen. Y todo en nombre de una República laica y de
trabajadores,…”