Poco,
muy poco, quedaba ya de la vida empresarial de antaño en el Carril
de 1930. Ni casas consignatarias ni la fábrica de fundición de San
Jaime. Eran otros tiempos, no los mejores en cuanto a actividad
económica. La actividad portuaria se había trasladado casi en su
totalidad. Carril se reinventaba. El número de comerciantes había
disminuido, el volumen de sus negocios también.
Toda
una serie de pequeños comercios de abastecimiento dominaba el
panorama mercantil. Bajo la categoría de “taberna”, “abacería”,
“ultramarinos” , “bodegón”… los pequeños comercios
servían para abastecer a los carrilexos de todo lo necesario para la
vida cotidiana. Unos centraban más la atención en la venta de
comestibles, eran los ultramarinos, otros en la venta de vino, las
tabernas. Los denominados abacería combinaban una y otra venta. A
estos se el añadían los llamados bodegones.
Establecimientos
destinados a la venta de comestibles los regentaban Antonio Dios,
Benito Franco, Carmen Chaves,… Las tabernas pertenecían a Ramona
González, José Portela, Manuel Ramos, Manuel Miguéns, José
Rubiroza y Manuel Lens. En la categoría de ultramarinos se incluía
el establecimiento de Carmen Somoza. En la de abacería se integraban
los establecimientos de Antonio Ríos, Juan López, Juana García,
Gregorio Castaño y Jesús Teijeiro. Ya por último en la categoría
de bodegón se incluía los establecimientos de José Maneiro,
Peregrina Ucer y Ramona González.
El
último comercio se dedicaba a la venta al por mayor. En esa
categoría se incluían también los establecimientos de arcilla, regentado
pro Eduardo Viqueira Cores, y los dos de sal, que pertenecían a
Ramón Gil Vidal y José Pérez Fernández.
Especial
importancia tenían aquellos que se dedicaban a la compra y venta de
marisco. En la matrícula industrial estaban registrados hasta cinco
carrilexos dedicados a esta actividad. Eran Manuel González Ramos,
Juana Ramos, Vicente Baltar, Joaquín Crespo Rodríguez y José
Abelenda.
Los
establecimientos que producían alguna mercancía podemos verlos
inicialmente en las panaderías. Hasta cuatro talleres de pan había
en el Carril de aquel año. Eran sus propietarios Juan Rodríguez Abad,
Román Martínez, José Núñez Estévez y Vicente Calvo.
Las
principales fábricas estaban relacionadas con la madera. Como
almacén , como aserradero, como cepilladora,…. Estas fábricas
eran la principal actividad económica de la localidad, muy vinculada
a la exportación a Asturias e Inglaterra. Eran las compañías
Serrerías Gallegas, Deza y Viqueira, Vázquez y Trigo, y la de Ramón
Gil las que se extendían a lo largo del litoral carrilexo hasta
Vilagarcía.
De
mayor importancia era también la fábrica de Antonio Alemparte. Era
una fábrica de fundición donde una buena parte de su actividad
estaba dedicada a la construcción de máquinas.
Otros
establecimientos industriales eran de menor entidad. A la fabricación
de losetas se dedicaba la fábrica de Bernardo Loureiro. La
fabricación de velas era la actividad del fabriquín regentado por
Ramón Mallo Castro. A la producción y envasado de gaseosas se
dedicaban tres establecimientos: los regentados por Lucas Martínez
Canabal, José García Eiras y José Duro Barros.
Bien
para servicio del los propios establecimientos, bien para realizar el
trabajo de transporte al servicio de otros, la matricula industrial
recoge la actividad de los carros , camiones y barcos que se
dedicaban al transporte.
Carros
de dos ruedas, de tracción animal, tenían José García Eiras,
Lucas Martínez Canabal, Filomena Veloso, José Núñez, Ramón Ares
Bustelo, Manuel Pereira Veiga y Ricardo Rodriguez Longo. Servían, en
unos casos, para el transporte del pan o las gaseosas que producían
cada establecimiento y, en otros, para ser contratados en el
transporte de cualquier otra mercancía.
Era
lo mismo en el caso de los camiones, dos en total, uno propiedad de
José Duro Barros y otro de Ramón de la Fuente Abalo.
El
cuadro de elementos de transporte se cierra con dos barcos,
calificados de “veleros”. Estaban vinculados a las fábricas de
madera. Uno se llamaba “Sofía” y era propiedad de Ramón Gil. El
otro tenía el nombre de “Pachín” y pertenecía a Eduardo
Viqueira Cores.
Si no me equivoco, sin la certeza de lo contrastado, supongo que el Jose Abelenda vendedor de marisco era mi bisabuelo, y el verdadero alma mater del negocio su mujer, A Pereca.
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