Emigrantes. 1867


Las pésimas condiciones de vida durante el siglo XIX eran la causa de uno de los movimientos migratorios más importantes de toda la época contemporánea. El hambre empujó a miles de gallegos a cruzar un mar inmenso buscando lo que aquí se les negaba. Los puertos se convirtieron en puerta de salida de una situación insostenible. Uno de ellos fue el de Carril.

Es la emigración la que explica que aquí se establezcan empresas navieras de origen alemán, francés y británico. Las delegaciones de “The Pacific Steam Navigation”, “Royal Mail Steam Packet”, o “Mala Real Inglesa” animan el tráfico portuario desde mediados del siglo XIX.

Al lado de las compañías extranjeras, hubo en Carril un grupo empresarial que, teniendo actividades muy diversas, también participaron en el comercio marítimo. Salvador Buhígas y Prat, Ricardo Caamaño, Santiago Sierra, Ricardo Urioste, José Carrasco, José Benito Abalo y Abalo son algunos de los nombres que dirigían la vida portuaria y, en buena medida, toda la vida local.

Propietario y, en ocasiones, prestamista, José Benito Abalo tendrá como principal actividad el comercio marítimo. Era propietario de la corbeta “Fraternidad”, cuyo capitán fue Valentín Camba, de los bergantines “Elisa Villegas”, “Nuevo Centinela”, del que era capitán José Martínez Barraondo, y “Ramón Abalo”, construido en Carril bajo la dirección del carpintero de ribera José Manuel Ramos en 1871 y descrito como de “setenta y dos pies de quilla limpia, veintidós de manga y diez y medio de puntal”. Capitán de este barco fue el también carrileño José María Guillán.

José Benito Abalo y Abalo desempeñó el cargo de cónsul de la República de Argentina en Carril y era Alcalde de nuestro Municipio en el momento en que se inauguran las obras del ferrocarril a Compostela, en el año 1862.

Entre sus actividades mercantiles destaca el embarque de emigrantes que, en el año 1867, marchan hacia Buenos Aires desde nuestros muelles. Se trata del viaje en el bergantín “Nuevo Centinela” y que tiene su partida a mediados del mes de octubre. En los meses previos a su marcha, se anuncia la travesía de este buque y se anima al embarque bajo unas condiciones que, en principio, parecen ventajosas.

La documentación de que disponemos son los contratos de embarque de todos los emigrantes que deciden partir hacia América. En total son cuarenta y cinco personas que, más que la compra del pasaje, lo que hacen es un acuerdo económico con el propietario del buque. Los embarcados se obligan a satisfacer los costes del pasaje dejando aquí hipotecada todas o parte de sus propiedades, o también los bienes de una tercera persona, generalmente un familiar, que actúa de avalista.

Todos los embarcados, “con el fin de mejorar fortuna”, firman un contrato con José Benito Abalo que les permite “marchar a Ultramar”. El propietario del buque se compromete a facilitar el viaje y la manutención, pudiendo elegir bien viajar en el sollado del buque o bien en una segunda cámara. De los cuarenta y cinco embarcados que conocemos tan sólo dos, aquellos que podían satisfacer una cantidad mayor, hacen el viaje en la segunda cámara. El resto, hasta cuarenta y tres, viaja en el sollado del barco. Se comprometen a, “una vez llegados a Buenos Aires”, satisfacer, a lo largo del primer año, una cantidad igual a ciento veinte escudos o, lo que era lo mismo, mil doscientos reales. En el caso de que no fuera satisfecha esta cantidad en ese primer año, el importe del pasaje se cobraría aquí y no ya por la cantidad de ciento veinte escudos sino por la de ciento cuarenta. Como garantía de cobro, cada embarcado llevaba un avalista que, con los escasos bienes que poseía, garantizaban el pago del pasaje.

Ni que decir tiene que la vía del embargo de bienes de los avalistas de los emigrantes era el recurso con que resarcir las deudas de los que marchaban a América. En el año 1867, otorga José Benito Abalo poder a Juan Manuel Vidal Alfonsín, vecino de Baión, para que en su nombre y en las parroquias de San Juan de Baión, Santo Estevo de Saiar, y Santiago y Santa María de Godos entable las correspondientes reclamaciones para el cobro de diversos créditos “a diferentes personas por transportes a Buenos Aires”. Era este el sistema, el préstamo con hipoteca de bienes, con el que los comerciantes de la época iban acaparando, año tras año, cada vez mayor número de bienes inmuebles.

Los contratos firmados garantizaban el uso del pasaje y el embarque efectivo. Establecían, por ejemplo el contrato que firma Josefa Fontán Fontán, una garantía del embarque de su marido, que se “presentará provisto de equipo y documentos cuando esté el buque preparado para emprender su marcha al punto de su destino sin necesidad de requerimiento ni aviso alguno”. En el caso de no presentarse en el momento de la marcha, se comprometen los firmantes “al abono de seiscientos cincuenta reales por falso flete”.

De todos los embarcados en el Nuevo Centinela en Octubre de 1867 ninguno era de Carril. Los cuarenta y dos hombres y tres mujeres que buscan en América un nuevo futuro tienen su origen en parroquias diferentes, casi todas de la provincia de Pontevedra. Son vecinos de Caldas, hasta ocho, de Xeve, cuatro, de San Xurxo de Sacos, cinco embarcados, de Requeixo, hasta cuatro embarcados, y luego de Mourente, Berducido, Campo, Cuntis, Meis, Moaña,…

Un dato que llama la atención son las edades de los que emigran. De aquellos que tenemos constancia de su edad, tan sólo seis son mayores de treinta años, doce están comprendidos entre los veinte y los treinta y nada menos que once tienen entre diez y veinte años. La edad temprana de los emigrantes queda subrayada en el caso Francisco Magariños Diz, carretero y vecino de Caldas, que compromete sus bienes para el embarque de sus dos hijos, Francisco y Manuel, de tan sólo siete y quince años. Siete años también tiene Ricardo Redondo Bravo, de Caldas de Reis, que embarca también en el Nuevo Centinela, pero esta vez,acompañado de su madre, Dolores Bravo Rodríguez.

Al igual que en el caso de Francisco Magariños, la mayoría de los que comprometen sus bienes como garantía de pago del pasaje son los padres de los embarcados. La emigración es algo que afecta al conjunto de la unidad familiar, rompe la economía doméstica y pone en riesgo la reproducción y la continuidad de una forma de vida que, como mínimo, sufrirá una radical transformación. Para el propietario del buque, las obligaciones de los emigrantes eran la forma de acaparar las tierras que, posteriormente, habían de producir la madera que, también en los puertos, se embarcaba hacia las minas inglesas o asturianas.

En la última quincena de Octubre de 1867 partió el Nuevo Centinela desde Carril hacia Buenos Aires. Venía el buque procedente de A Coruña, donde apenas unos días antes había cargado mercancía para Ultramar. En su escala carrileña este bergantín embarca cuarenta y cinco personas que, escapando de la miseria, arriesgan lo poco que tienen. En todo el engranaje económico que gira alrededor de los puertos, los emigrantes, tuvieran estos treinta, veinticinco o siete años, en el fondo, no eran otra cosa que una mercancía más.

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