Las
pésimas condiciones de vida durante el siglo XIX eran la causa de
uno de los movimientos migratorios más importantes de toda la época
contemporánea. El hambre empujó a miles de gallegos a cruzar un mar
inmenso buscando lo que aquí se les negaba. Los puertos se
convirtieron en puerta de salida de una situación insostenible. Uno
de ellos fue el de Carril.
Es
la emigración la que explica que aquí se establezcan empresas
navieras de origen alemán, francés y británico. Las
delegaciones de “The
Pacific Steam Navigation”,
“Royal
Mail Steam Packet”,
o “Mala
Real Inglesa”
animan el tráfico portuario desde mediados del siglo XIX.
Al
lado de las compañías extranjeras, hubo en Carril un grupo
empresarial que, teniendo actividades muy diversas, también
participaron en el comercio marítimo. Salvador Buhígas y Prat,
Ricardo Caamaño, Santiago Sierra, Ricardo Urioste, José Carrasco,
José Benito Abalo y Abalo son algunos de los nombres que dirigían
la vida portuaria y, en buena medida, toda la vida local.
Propietario
y, en ocasiones, prestamista, José Benito Abalo tendrá como
principal actividad el comercio marítimo. Era propietario de la
corbeta “Fraternidad”,
cuyo capitán fue Valentín Camba, de los bergantines “Elisa
Villegas”,
“Nuevo
Centinela”,
del que era capitán José Martínez Barraondo, y “Ramón
Abalo”,
construido en Carril bajo la dirección del carpintero de ribera José
Manuel Ramos en 1871 y descrito como de “setenta
y dos pies de quilla limpia, veintidós de manga y diez y medio de
puntal”.
Capitán de este barco fue el también carrileño José María
Guillán.
José
Benito Abalo y Abalo desempeñó el cargo de cónsul de la República
de Argentina en Carril y era Alcalde de nuestro Municipio en el
momento en que se inauguran las obras del ferrocarril a Compostela,
en el año 1862.
Entre
sus actividades mercantiles destaca el embarque de emigrantes que, en
el año 1867, marchan hacia Buenos Aires desde nuestros muelles. Se
trata del viaje en el bergantín “Nuevo
Centinela”
y que tiene su partida a mediados del mes de octubre. En los meses
previos a su marcha, se anuncia la travesía de este buque y se
anima al embarque bajo unas condiciones que, en principio, parecen
ventajosas.
La
documentación de que disponemos son los contratos de embarque de
todos los emigrantes que deciden partir hacia América. En total son
cuarenta y cinco personas que, más que la compra del pasaje, lo que
hacen es un acuerdo económico con el propietario del buque. Los
embarcados se obligan a satisfacer los costes del pasaje dejando aquí
hipotecada todas o parte de sus propiedades, o también los bienes de
una tercera persona, generalmente un familiar, que actúa de
avalista.
Todos
los embarcados, “con
el fin de mejorar fortuna”,
firman un contrato con José Benito Abalo que les permite “marchar
a Ultramar”.
El propietario del buque se compromete a facilitar el viaje y la
manutención, pudiendo elegir bien viajar en el sollado del buque o
bien en una segunda cámara. De los cuarenta y cinco embarcados que
conocemos tan sólo dos, aquellos que podían satisfacer una cantidad
mayor, hacen el viaje en la segunda cámara. El resto, hasta cuarenta
y tres, viaja en el sollado del barco. Se comprometen a, “una
vez llegados a Buenos Aires”,
satisfacer, a lo largo del primer año, una cantidad igual a ciento
veinte escudos o, lo que era lo mismo, mil doscientos reales. En el
caso de que no fuera satisfecha esta cantidad en ese primer año, el
importe del pasaje se cobraría aquí y no ya por la cantidad de
ciento veinte escudos sino por la de ciento cuarenta. Como garantía
de cobro, cada embarcado llevaba un avalista que, con los escasos
bienes que poseía, garantizaban el pago del pasaje.
Ni
que decir tiene que la vía del embargo de bienes de los avalistas de
los emigrantes era el recurso con que resarcir las deudas de los que
marchaban a América. En el año 1867, otorga José Benito Abalo
poder a Juan Manuel Vidal Alfonsín, vecino de Baión, para que en
su nombre y en las parroquias de San Juan de Baión, Santo Estevo de
Saiar, y Santiago y Santa María de Godos entable las
correspondientes reclamaciones para el cobro de diversos créditos “a
diferentes personas por transportes a Buenos Aires”.
Era este el sistema, el préstamo con hipoteca de bienes, con el que
los comerciantes de la época iban acaparando, año tras año, cada
vez mayor número de bienes inmuebles.
Los
contratos firmados garantizaban el uso del pasaje y el embarque
efectivo. Establecían, por ejemplo el contrato que firma Josefa
Fontán Fontán, una garantía del embarque de su marido, que se
“presentará
provisto de equipo y documentos cuando esté el buque preparado para
emprender su marcha al punto de su destino sin necesidad de
requerimiento ni aviso alguno”.
En el caso de no presentarse en el momento de la marcha, se
comprometen los firmantes “al
abono de seiscientos cincuenta reales por falso flete”.
De
todos los embarcados en el Nuevo
Centinela
en Octubre de 1867 ninguno era de Carril. Los cuarenta y dos hombres
y tres mujeres que buscan en América un nuevo futuro tienen su
origen en parroquias diferentes, casi todas de la provincia de
Pontevedra. Son vecinos de Caldas, hasta ocho, de Xeve, cuatro, de
San Xurxo de Sacos, cinco embarcados, de Requeixo, hasta cuatro
embarcados, y luego de Mourente, Berducido, Campo, Cuntis, Meis,
Moaña,…
Un
dato que llama la atención son las edades de los que emigran. De
aquellos que tenemos constancia de su edad, tan sólo seis son
mayores de treinta años, doce están comprendidos entre los veinte y
los treinta y nada menos que once tienen entre diez y veinte años.
La edad temprana de los emigrantes queda subrayada en el caso
Francisco Magariños Diz, carretero y vecino de Caldas, que
compromete sus bienes para el embarque de sus dos hijos, Francisco y
Manuel, de tan sólo siete y quince años. Siete años también tiene
Ricardo Redondo Bravo, de Caldas de Reis, que embarca también en el
Nuevo
Centinela,
pero esta vez,acompañado de su madre, Dolores Bravo Rodríguez.
Al
igual que en el caso de Francisco Magariños, la mayoría de los que
comprometen sus bienes como garantía de pago del pasaje son los
padres de los embarcados. La emigración es algo que afecta al
conjunto de la unidad familiar, rompe la economía doméstica y pone
en riesgo la reproducción y la continuidad de una forma de vida que,
como mínimo, sufrirá una radical transformación. Para el
propietario del buque, las obligaciones de los emigrantes eran la
forma de acaparar las tierras que, posteriormente, habían de
producir la madera que, también en los puertos, se embarcaba hacia
las minas inglesas o asturianas.
En
la última quincena de Octubre de 1867 partió el Nuevo
Centinela
desde Carril hacia Buenos Aires. Venía el buque procedente de A
Coruña, donde apenas unos días antes había cargado mercancía para
Ultramar. En su escala carrileña este bergantín embarca cuarenta y
cinco personas que, escapando de la miseria, arriesgan lo poco que
tienen. En todo el engranaje económico que gira alrededor de los
puertos, los emigrantes, tuvieran estos treinta, veinticinco o siete
años, en el fondo, no eran otra cosa que una mercancía más.
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