Corría el año 1808
y los carrilexos deciden arreglar uno de los problemas principales
de la villa. No era otro que el estado lamentable que, desde hacía
años, presentaba la iglesia parroquial. Desde que los derechos, y las obligaciones, vecinales sobre la iglesia se habían cedido a D. Pedro
Telmo Gago Montenegro, vecino de Pontevedra, el edificio parroquial
no contaba con mantenimiento ninguno.
Desde el año 1731
estaba sobre la mesa de los juzgados este problema. Se había caído
el techo de la capilla mayor y no se cumplía con la obligación de
su arreglo. No fue hasta el año 1752 en que se resolvió aquel
pleito, de forma favorable para los vecinos de Carril. A Fernando
Evaristo Gago Tabarés, heredero de Pedro Telmo Gago, le quitan los
derechos que tenía sobre la iglesia y se devuelven a los vecinos
ante el flagrante incumplimiento de sus obligaciones.
Toda la parte este
de la iglesia, la parte trasera, estaba derruida. Provisionalmente se
adopta la solución de levantar una pared en el Arco Toral, cerrando
la capilla mayor, colocando en ella un retablo y la custodia. El hueco tras esa pared quedó abandonado. La capilla mayor, aislada del resto de la iglesia, se cubre de zarzas y escombros. Poco a poco las paredes laterales y el arco primero de la entrada amenazan ruina. Desde el año 1800 se apuntala este arco ante el peligro evidente de derrumbe. La situación va a peor. En el año 1807 la iglesia permanece cerrada, el peligro de caída es inminente. Los oficios religiosos se celebran en la ermita de San Roque, a donde se traslada la custodia.
Ante los requerimientos de los vecinos, el obispado faculta para echar mano de los bienes de las cofradías de la villa y concede el derecho de pescar los días festivos, a cambio de que una parte de la pesca fuera destinada al arreglo de la iglesia. Era época de guerras. Los hombres de la mar cumplían con su compromiso enrolados en los barcos de la Armada. En Carril no quedaban brazos suficientes para costear semejante obra. Los fondos de las asociaciones religiosas eran escasos.
Ante los requerimientos de los vecinos, el obispado faculta para echar mano de los bienes de las cofradías de la villa y concede el derecho de pescar los días festivos, a cambio de que una parte de la pesca fuera destinada al arreglo de la iglesia. Era época de guerras. Los hombres de la mar cumplían con su compromiso enrolados en los barcos de la Armada. En Carril no quedaban brazos suficientes para costear semejante obra. Los fondos de las asociaciones religiosas eran escasos.
Para el arreglo del
templo se firma un contrato de obra. Por un lado, los Regidores
locales, entre ellos, José Manuel de la Fuente Feijoo, José
Benito Cores, José Santos Iglesias Sio, el cura párroco, Cayetano Alberto Blanco, y una representación de vecinos, también
entre otros, Juan Bautista Pérez Santa Marina, Gabriel Porto,
Francisco Antonio Falcón, Antonio Cambre, Miguel Guisande, Nicomedes
Patiño, José García Señoráns, Rafael Canabal, Julián Conde,
Benito Franco... Todos ellos se comprometen a costear las obras. Por
otro Luis Antonio de Villar, maestro arquitecto y vecino de la
feligresía de Santa María de Vizoso, en la jurisdicción de Amahía.
El importe total de
la reparación se elevó a treinta y tres mil reales. En el contrato
se especifican las condiciones de la obra, las medidas de la Capilla
Mayor y de la Sacristía, el número de tragaluces y ventanas de la
Sacristía, las condiciones del pavimento, la construcción de una
mesa de Altar…. Además, toda la cantería vieja quedaba en manos
del contratista y era obligación de los vecinos suministrarle todos
los materiales nuevos necesarios. Las obras de reparación del templo
se prolongaron, por una u otra razón, durante todo el siglo XIX.
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