mércores, 27 de marzo de 2019

La República y los vigilantes de Cortegada



En el momento en que Cortegada pasa a ser propiedad de Alfonso XIII, se nombran unos vigilantes, gurada jurados, que cuiden de la Isla. Para esta función se designan hasta cuatro hombres, todos con antigua residencia allí.

Miguel Conde Conde, Roque Sardiñeira Conde, José Meaños Fontán y José María Ramos Chaves velarán a partir de ese momento por la nueva propiedad real. Al primero se le pagarán unos haberes de 3'25 pesetas diarias y a los restantes 2'75.

La idea del palacio prometido se va perdiendo a medida que nuevas ofertas y el transcurso del tiempo se suceden.


Lo que era una medida provisional se mantiene a lo largo de veiticuatro años. Los gobiernos van y vienen. Se agota el régimen monárquico. La dictadura de Primo de Rivera da paso a una situación transitoria que, contra todo pronóstico, deriva en un cambio de régimen.

Llega la República y las cosas cambian. El catorce de mayo, el nuevo gobierno da órden de inacautación de los Palacios de la Magdalena y Miramar y de la Isla de Cortegada. Al día siguiente es Fructuoso Manrique Martín, teniente coronel de Carabineros, primer jefe de la Comandancia de Pontevedra, quién firma el acta de incautación, ante el notario José Barreiro Meiro, en nombre de la República.

A partir de ese momento será el cuerpo de carabineros el encargado de la custodia de Cortegada y del Confurco. La fuerza que vigila la isla estaba compuesta por un Cabo y dos carabineros del puesto de Vilagarcía. Otros dos carabineros vigilaban en el Confurco. Los guardas jurado carrilexos son cesados en el mismo momento de la incautación.

En aquel año los guardias de Carril eran ya personas mayores. Todos rondaban los setenta y dos años y su despido les lleva a una situación que definen como de “reducidos a la mayor miseria y sin pan para alimentarse….es de dominio público el estado de pobreza en que se hallan”.

El veintidós de mayo presentan un escrito ante el Ministerio de Hacienda. Piden que se le reconozca su situación de empleados públicos, al igual que los que trabajaban en “la Casa de Campo, el Pardo, la Granja, Aranjuez y otros”, que sí vieron reconocido su empleo por parte de la República.

Argumentan, además, que pese a su avanzada edad se sienten con fuerzas para desempeñar el cargo y que, en comparación con el costo que suponía tener un retén de carabineros, la permanencia en sus puestos supondría un considerable ahorro.

Una y otra vez se va a denegar su petición. El nuevo régimen comete un error de bulto cara al futuro. Tanto Cortegada, como los palacios de la Magdalena y Miramar, no eran propiedad del estado sino que se trataban de propiedades privadas del ex monarca. La situación de los vigilantes carrilexos no era la de empleados públicos. No cabía entonces atender sus demandas.

A lo largo de los años insistieron los ex guardias. Recibieron el apoyo de la Corporación municipal de Vilagarcía en el momento en que esta pide la vinculación de la Isla con la Universidad de Santiago.

El último recurso se presentó en el año 1935. Era ya demasiado tarde. Los acontecimientos de 1936 se precipitan. El Rey recobrará la titularidad de Cortegada años más tarde. Quién se encargue de vigilar la isla serán ya otras personas.

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